Por: Xavier Carrasco.


El reciente llamado del presidente Luis Abinader a los dirigentes del Partido Revolucionario Moderno (PRM) que aspiran a la candidatura presidencial para las elecciones de 2028 ha provocado diversas lecturas dentro y fuera del oficialismo. Lo que para muchos fue una advertencia, para otros fue un acto de coherencia institucional y una señal de respeto a las normas que rigen el accionar político en tiempos no electorales.

Abinader fue claro: “El que aspire, que renuncie al cargo”. Esta frase, contundente y sin dobleces, encierra más que un simple recordatorio legal. Refleja un intento de marcar distancia entre las funciones públicas y la actividad política proselitista, algo que durante años ha sido criticado en la práctica política dominicana las aspiraciones desde cargos públicos. La ley electoral es explícita en cuanto a la utilización de recursos del Estado para fines de campaña, y el presidente, al parecer, ha querido poner el ejemplo comenzando desde su propio partido.

Lo curioso del caso es que, si bien la advertencia fue acogida públicamente con receptividad por parte de los potenciales aspirantes, deja en evidencia una pregunta de fondo: ¿por qué fue necesario que el presidente hiciera el llamado para que se respetara algo que ya está establecido por ley? ¿Acaso no eran conscientes de los límites legales y éticos del proselitismo anticipado desde una posición oficial?

Y más aún, ¿por qué la posibilidad de aspirar parece viable solo desde un cargo público? ¿No deberían tener la capacidad, la estructura y el liderazgo para hacerlo desde la sociedad civil, si realmente están convencidos de su proyecto y su vocación de servicio?

El presidente no les cerró las puertas a sus aspiraciones; simplemente les planteó un dilema: aspirar cumpliendo la ley o continuar en sus funciones y postergar la candidatura. Y ese dilema revela una gran contradicción, quieren el poder, pero no parecen dispuestos a renunciar a las ventajas que su posición les da.

En definitiva, la advertencia de Abinader más que una limitación, fue un espejo. Y frente a ese espejo muchos deben preguntarse si están verdaderamente listos para liderar, incluso cuando eso implique sacrificios personales y políticos.

Porque aspirar al poder no debería ser un atajo desde el cargo, sino un salto desde la convicción.